Juan Agustín Ceán Bermúdez (1749-1829) es, sin discusión, la figura más influyente en la historiografía artística española. Su contribución todavía es esencial en cualquier aproximación al estudio de la pintura, la escultura, la arquitectura, el grabado o la arqueología en nuestro país, siendo el erudito que puso las bases para el estudio de las bellas artes en España.

Nacido en Gijón en 1749, desde muy joven estuvo vinculado a Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), a quien ya acompañó durante su formación en la Universidad de Alcalá de Henares y, después, en su primer destino oficial como Alcalde del Crimen en Sevilla en 1768. En esta etapa, que se desarrolló durante diez años, Ceán ya estuvo muy vinculado a las bellas artes: como alumno de pintura acudió al taller del pintor Juan de Espinal, también participó en la formación de la Academia de diseño de Sevilla, inició su carrera de escritor de temas artísticos y asesoró a Jovellanos en la compra de pinturas y dibujos. Esta formación se completó con una breve estancia en el taller de Anton Raphael Mengs en Madrid, lo que le permitió asistir igualmente a la Real Academia de San Fernando.

Retrato de Juan Agustín Ceán Bermúdez

Pronto entró a servir en la administración pública. Primero, en 1783 en la Teneduría de cuentas del naciente Banco de San Carlos, precedente del Banco de España. En 1791 fue enviado a Sevilla para redactar los inventarios del Archivo General de Indias, en 1797 ingresó como oficial de la Secretaría de Gracia y Justicia y, en 1809 – durante la Guerra de la Independencia – se le trasladó al Ministerio de Negocios Eclesiásticos. Durante todos estos años, viviendo en Madrid y Sevilla, nunca olvidó su vocación hacia el estudio de las bellas artes, publicando su obra más influyente en 1800 bajo el auspicio de la Real Academia de San Fernando, el Diccionario histórico de los más ilustres profesores de la Bellas Artes en España. Con esta obra completaba un estudio pionero en la historiografía, en el que los argumentos de su investigación se sostenían a través de un depurado proceso crítico y un preciso contraste de las fuentes documentales y literarias. Durante las décadas siguientes siguió trabajando, investigando y publicando monografías y artículos en la prensa periódica, vinculado tanto a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando como a la Real Academia de la Historia.

Su trayectoria como erudito historiador, estuvo secundada por su afán coleccionista, pues llegó a reunir una selecta colección de libros, pinturas, dibujos y, sobre todo, estampas. Su Catálogo raciocinado, comenzado en 1819, fue la base de la primera historia del grabado europeo escrita en español. Pero también fue imprescindible para la realización de obras como su monumental Historia del Arte de la Pintura (1822-1828). Posteriormente se publicaron sus obras sobre la arquitectura – las Noticias de los arquitectos y la arquitectura de España desde su restauración (1829), que completaban el manuscrito que le había legado Eugenio Llaguno (1724-1799) – y, póstumamente, sobre las antigüedades – el Sumario de las antigüedades romanas que hay en España (1832) –, que completaron su extraordinaria trayectoria como estudioso y erudito en todos los campos del saber histórico artístico de nuestro país.